Otras vidas
Eran las tres de la mañana, la madrugada estaba especialmente fría y la luna vigilaba expectante. Esperaba verla desde la una y treinta, había dejado mi adorable y tibia cama sólo para poder pasar un rato con ella, pero aún no llegaba.
Caminé por la verja un buen rato, me acerqué al borde del lago y contemplé el reflejo de la luna; estaba un poco deforme esa noche. Pensé en nuestras vidas pasadas, y me pareció una historia de hace muchos siglos, casi olvidada. La vi sonriendo tímida ataviada en su ancho vestido, con sus cabellos de oro brillando tanto como la luna de esa noche.
Aparté la mirada del lago y seguí caminando un poco, dando vuelta al lugar donde habíamos quedado, pero ella seguía sin aparecer, quizá ya no llegaría. Suspiré con tristeza, volví la mirada al cielo y encontré allí de nuevo su risa. Hasta me pareció ver correr los caballos que la llevaban vestida de blanco a nuestra esperada boda. Otra vez los recuerdos; la tormenta, el abismo, el carruaje hecho pedazos y ella helada, su pálido rostro y su vestido manchado. Otra vez la soga en mi cuello y mi cuerpo colgado del árbol que nos daba sombra.
Eran casi las cuatro y supe que ya no vendría, salté al techo de la vieja casa, me entretuve un rato lamiendo mis patas, le maullé a la luna y volví a mi cama, esperando ver a mi querida gata una de estas noches después de la una.