Un rostro de mil fragmentos
La lluvia acariciaba los cristales. Se quedaba pegada escuchando por fuera las palabras de Fabbula que inundaban la cocina.
-El fuego de la chimenea, -decía mientras revolvía la sopa- y estas pequeñas brasas son las nietas de las hogueras de nuestros antepasados hace millones de años. -me explicaba entusiasmada.
Me asombraba su capacidad para hacerme soñar. Estaba conectada con un tiempo tan lejano que los papiros no podían guardar esa sensación.
-Son familia como nosotros. Aunque pase tiempo seguiremos juntos.
Cuando ella se cansaba, el abuelo le tomaba el relevo. Tenía su tono particular de contar pero mantenía la misma magia haciéndome pasar las tardes lluviosas de otoño con rapidez.
– ¿Por donde íbamos? Ah sí… Pero lo que realmente pasó fue…- recalcaba su versión en cada discurso.
Me encantaba escuchar cómo se conocieron. Hystor y Fabbula vivían en el mismo barrio bajo la luz del sol. Eran muy diferentes sus puntos de vista, tanto que no pensaban acabar juntos. Se dieron una oportunidad para conocerse, y al hacerlo se dieron cuenta de sus puntos en común hasta que decidieron vivir juntos.
El nacimiento de mi madre los unió aún más si cabe: Rhealia. Creció con una actitud firme, imparable. Tanto que siendo ella joven se marchó de misiones pedagógicas. “El mundo apremia. Me necesita. Se está perdiendo la cordura.” fueron las palabras de despedida.
Dicen que me parezco a ella. Tengo su misma actitud y rostro. Supongo que será verdad pero si me preguntan quién soy debo responder con mi pasado y futuro. Soy Verdad, hija de la Realidad, Nieta de la Fábula y la Historia. Mi cuna reside en la Humanidad.