Lukas
Lukas está tumbado en el sofá. Está acurrucado junto a las almohadas más pequeñas, tan quieto que parece una más. El sol de invierno entra por la ventana y da una extraña sensación de calidez. La luz que trae hace que su pelo blanco lo parezca aún más. Últimamente le ha crecido mucho. Me gusta ver cómo corre porque parece que llevara una manta sobre el lomo que rebota a cada trote. Trato de peinarlo a diario. Es muy divertido peinarle la cola o las patas traseras: se enfada, se pone nervioso y me ladra. Aprovecha para irse corriendo: le da un pequeño ataque de locura y va y viene enrabietado.
Ahora se pasa el día entero durmiendo. Sale, pasea y corre, pero en casa duerme. Ya no me oye llegar hasta que no abro la puerta de casa. Se levanta, adormilado, y viene a saludarme. Nunca quiere salir y quedarse en el jardín cuando me voy pero, si tengo cosas que hacer en la parcela, no duda en salir y echarse cerca de mí. Me gusta mucho su flequillo. Cae sobre sus ojos y ¡hace que sea un perro tan expresivo! Es preciosa también su cresta: desde que era un cachorro se le podían hacer mil clases de peinados.
Lukas no es, para nada, un perro punk (como su cresta podría dar a entender). Es un perro con alma de señor mayor. Gruñón, pero mimoso. Quiere compañía. Es muy curioso cómo le gusta estar con otros perros, pero no sabe jugar con ellos. Con Cesto sí que jugaba. Cesto cogía una pelota y Lukas se dedicaba a perseguirlo por toda la parcela, ladrando. Si, por algún motivo, Cesto se dejaba alcanzar, Lukas no sabía qué hacer. Se ponía de lado, gruñía y se alejaba caminando. Pasó lo mismo cuando se encontró a Taifa. Salió corriendo como un loco a por la gatita, pero ella no se movió. Cuando llegó donde ella se frenó, me miró y siguió a lo suyo.
Se acaba de levantar a beber agua. Supongo que la estufa le da calor.