Enredados

Enredados

“Soy Moonlight, no sé que quiero pero sí que no quiero. ¿Quieres descubrirlo? Casados y ligones, no.”

“Soy Ironman, y me gustaría encontrar una chica para compartir los pequeños detalles de la vida.”

Mucho se ha hablado y escrito sobre las redes sociales desde que en el año 2004 Facebook, la gran red, empezó a pescar en el gran océano cibernético que hoy conforma nuestra existencia. Twitter, Tuenti, Linkedin, Infojobs e Instagram junto con muchas otras forman una gran maraña que ha provocado desde su nacimiento la desaparición de la identidad del individuo. Somos tan solo una dirección de correo electrónico, un nick y en muchos casos un número de tarjeta de crédito. Somos ceros y unos, código binario.

Moonlight e Ironman seguro que están inscritos en alguna de las redes antes mencionadas, pero sus mensajes han salido de otro sitio, al igual que ellos mismos son fruto, entre otras causas, de la soledad, la picaresca o la timidez, cada caso es diferente.

Las promesas de amor, sexo o sencillamente compañía funcionan desde que hombre empezó a caminar sobre dos piernas. La necesidad de aceptación social es inherente al ser humano. Con todos los ingredientes en la mesa tan solo faltaba cocinar la receta, el plato final se llamó Meetic, la primera de estas redes que funcionó de manera global en España.

En una vuelta de tuerca más, apareció eDarling cuyo objetivo era y es poder encontrar a esa persona especial en base a una serie de tests de compatibilidad que abarcan el carácter, gustos y necesidades de cada individuo. Su tendencia política, religión, nivel de estudios o profesión. Todo queda preguntado y alegremente respondido en esos tests. Desde lo que comes hasta tus preferencias sexuales.

Alimentadas por soledades involuntarias, oscuros deseos y sueños húmedos otras muchas de estas páginas brotan por internet como setas en el bosque. Para jóvenes que buscan amigos o sexo, para menos jóvenes que buscan amor o sexo, o, para que engañarnos, para cualquiera que busque solo sexo.

Todo cabe, todos cabemos. Gratis o a cambio de unos euros a la semana, al mes o al año, el catálogo es amplio. Son los nuevos lugares donde conocer a personas, donde desahogar nuestros sentimientos o nuestros instintos. Una nueva forma de prostitución.

El boom mundial de las redes sociales derivó en una reacción en cadena que sorprendió incluso a los más escépticos. Lo que fue ideado como una novedosa forma de compartir ideas, fotos o música, una nueva forma de comunicación cuya principal virtud era la de comprimir la distancia entre las personas, ya fuera esta geográfica o temporal, se ha convertido en una droga, tal vez la que cuenta con más adictos entre sus consumidores a nivel mundial, alcanzando prácticamente todos los ámbitos de nuestra sociedad. Hablamos, buscamos trabajo, jugamos, compramos y vendemos sin levantarnos del sofá. Ahora también hacemos amigos, nos enamoramos o practicamos sexo sin la necesidad de salir de nuestra zona de confort, por fin todo cuadra, la globalización nos ha convertido en seres cada vez más individuales, autistas de la red.

Como sucede con cualquier adicción el enganchado hará lo que sea para conseguir su dosis, según sea su grado de dependencia, pero aún así cuesta entender que miles de millones de personas coincidan en un lugar común en tan poco tiempo.

¿Cómo ha sido posible?

Este indudable avance tecnológico, (ya la imprenta nació con la legítima aspiración de hacer llegar las ideas cada vez más rápido, más lejos y a más personas), ha derivado en un gran negocio que paradójicamente nos resulta ¿gratis? Total, solo debemos dar nuestro permiso. Números de cuenta, de pasaporte, direcciones postales y electrónicas. Lo que comemos, bebemos o deseamos adquirir. Todo, absolutamente todo está controlado, incluso nuestra posición en el globo, en cada momento, y eso no nos cuesta nada, total, somos tan normales que no contamos nada que no se sepa.

Es un caramelo, un caramelo envenenado.

Justo en la etapa de nuestra historia en que más se defienden los derechos y libertades individuales es cuando más control se ejerce sobre nosotros. Y parece no importarnos. Es curioso que no demos nuestro número de teléfono a cualquiera que nos lo pida y lo escribamos con alegría en una pancarta al alcance de miles de millones de desconocidos.

Pero faltaba algo para atar la red.

Desde hace unos años se está viviendo la mayor crisis a nivel mundial. Crisis económica, crisis social, de valores, de seguridad, de igualdad, de…, y todos estamos afectados por una u otra si no por todas ellas y ya se sabe que a mar revuelto, ganancia de pescadores.

A pesar de nuestra completa ignorancia inicial sobre las posibles consecuencias, nadie se convierte en adicto sin otro motivo, escapar a su realidad, y ¿qué mejor forma que hacerlo sin salir de casa?

Aunque se dice que en cada persona viven tres; la que cree ser, la que creen los demás que es y la que es realmente, las redes nos dan la oportunidad de una cuarta opción. Amparados en la ficticia seguridad de nuestros hogares, un escudo protector frente a nuestra sociedad cada vez más afectada por una galopante crisis de identidad, y sabiéndonos individuos, nos damos cuenta de que no somos más que cifras en la maquinaria que mueve el mundo y nos rebelamos. Esta rebelión aparece en forma de anonimato, podemos inventarnos un personaje, con su imagen y personalidad propias, podemos ser quienes nos gustaría ser, algo que solo conduce a un callejón sin salida, si tenemos escrúpulos.

¿Os acordáis de Moonlight e Ironman?

Tal vez si hubieran puesto su foto en el perfil, Toñi y Paco, que así se llaman de verdad, y son la cartera y el kiosquero del barrio, tímidos hasta la extenuación, hubieran dejado de sonrojarse el uno ante el otro cada mañana cuando tomaban el café en el Bar Rafa, el mismo Rafa que les dijo un día a ella y otro a él que había una página donde se podía conocer gente nueva. A saber, igual Moonlight e Ironman chatean entre ellos cada noche de sus cosas mientras Toñi y Paco están dormidos ajenos a todo.




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