Insurgente
Imposible.
Bruno debía cruzar la avenida con pasos apretados, abrir la puerta del
departamento con envión, con fuerza, como cuando experimentó la decisión de
contárselo todo de una vez. Ese pensamiento lo llenaría de vigor que lo
expandiría a todos sus músculos, y cada fibra ejercería una vibración que
llegaría hasta los latidos del corazón, al cual controlaría con una respiración
moderada. Pero Bruno, el personaje de este cuento, no lo hizo. Nada realiza de
lo que escribo para él. Varias estériles carillas de la computadora he
eliminado o he intentado corregir sin éxito, porque Bruno desaparece, no está
donde debería, improvisa su parlamento, tuerce las cosas a su antojo.
En el departamento, Florencia corrige
evaluaciones. Ella dicta clases de matemáticas en nivel secundario. (Esta
información debíamos deducirla a través de un diálogo entre Florencia y Bruno
que tuvo que darse mucho antes de esta escena). Con delicadeza, él gira la
llave, abre la puerta y camina sutilmente hacia donde se encuentra Florencia,
la besa. Después deja sus cosas en el sillón y se dirige al cuarto, en el
camino evita mirar el espejo del corredor. Sabe que mirándose en ellos puede
oírme, saber lo que escribo para él. En cambio, Florencia, como otros
personajes, sí se mira largamente en ellos y cree conversar, hablarse a sí
misma.
Este cuento era sencillo. Bruno debía llegar
al departamento y confesarle a Florencia que estaba saliendo con otra mujer, se
había enamorado; y que se marcharía esa misma noche. Entonces Florencia
perdería el juicio al instante y lo asesinaría con un cuchillo de cocina por la
espalda. Luego viviría en túneles subterráneos de la ciudad hasta que se
olvidaran de ella.
En este momento Bruno se dirige a la cocina.
Toma el cuchillo más lago y filoso, apoya uno de sus dedos en la punta, puede
ver el reflejo de sus ojos. Sus pensamientos se convierten por pocos segundos en un laberinto donde une voces y construye fácilmente
una idea.
Su cuerpo largo y lánguido se mueve nuevamente
hacia el cuarto. Sé que lo sabe; sabe que en esta historia debía morir, lo que
no sé es cómo va a actuar en este momento. Llega a la cama, arroja el filoso
cuchillo sobre ella; lo mira como si necesitara convencerse más, sacudir el
cuerpo de cualquier cavilación, comienza a desvestirse.
Hago que con vagas excusas Florencia necesite
mirarse al espejo. Frente a éste se arregla sus ondulados cabellos. Luego
anuncia que va a salir un momento y toma su juego de llaves, Bruno nada
responde. Está sentado en el borde la
cama y puede sentir ciertas articulaciones doloridas como si hubiese hecho
fuertes ejercicios en frío, y un imaginario olor a sangre lo enferma y
repugna. Busca su ropa deportiva y
comienza a vestirse, luego hace movimientos de elongación y de relajación.
Ahora descuelga cortinas y empieza a tapar todos los espejos. Toma el cuchillo,
apaga las luces, sólo una tenue luz que entra de la calle se pega en todo el
departamento. Agazapado cerca de la puerta, su huesuda y larga mano aprieta el
mango.