Apacible acompañante
─Luis, ven para acá… ¡Deja de ensuciarte! ¡Lavé esa franela el lunes! ─Se escuchó gritar a una mujer que hacía papel de madrastra para un jovencito de 10 años. Éste amaba la naturaleza, podía pasar horas en su patio trasero en vez de su nueva computadora─. No entiendo porqué tu padre sigue comprándote todos esos aparatos si ni siquiera los tocas. Apenas y para hacer tus tareas de la escuela… Podría mejor ahorrárselo y comprarme joyas, ropa, maquillaje… ¡Pero no! ¡Todo para ti! ─dijo, dándole una fuerte bofetada al menor.
Luis, nombre perteneciente al joven, ya estaba acostumbrado al trato frío y arrogante de esa mujer, a la cual no consideraba siquiera una niñera. Solo era una chica de 23 años que su padre decidió acoger tras la muerte de su verdadera madre. Era obvio que el “Sí” de ella vendría en un santiamén, teniendo en cuenta el buen puesto empresarial y salario de millonario que su padre mensualmente recibía por sus trabajos de arquitecto en casa.
─Si vuelves a darme una cachetada, mi cara te delatará. Así que, si no aspiras a obtener un buen sermón de mi padre, mejor déjame tranquilo ─expresó inocente el muchacho.
─ ¿Me estás amenazando? ¿De verdad piensas que él va a creerle más a un niño que a su esposa? ¡Por favor! ─respondió altanera la contraria.
Por su parte, Luis no contestó. Sabía que alimentar el ego de esa maléfica disfrazada de doncella era lo peor que podía hacer. Prefirió seguir contemplando el gran manzanal que hace años se mantenía firme en su jardín trasero.
─Me largo… ─comentó la mayor antes de entrar nuevamente a la gran residencia.
─Así como las manzanas que caen sobre tus pies, todo lo que tocas se pudre… ─Luis acostumbraba a escribir frases y oraciones que se manifestaban en su mente de manera espontánea. Estaba consciente de su posición frente a la chica: ella lo consideraba un niño «autista», a pesar de no haber sido diagnosticado por ningún especialista en la materia, él conocía el significado de esa palabra─ … Solo soy diferente…
Su palabrerío fue acallado por el canto magnífico de un hermoso pájaro que posó su cuerpo sobre una de las ramas más bajas del frondoso árbol─ ¿Qué haces aquí pequeño amigo? ─cuestionó el menor, admirando los vibrantes colores que sus alas desprendían. Era maravilloso ─. ¿Me permites tomarte una fotografía? ─volvió a cuestionar, esta vez, con una inusual respuesta. El ave bajó en picada rápida hacia el suelo, descansando sobre una de las piernas de Luis.
Poco tiempo tuvo que pasar para que de vuelta la madrastra retornara el lugar─ ¡¿Qué haces con esa cosa?! ¡Vete! ─exclamó mientras batía con fuerza un pañuelo de cocina, para así ahuyentar al volador.
─ ¡Aléjate! ─exclamó Luis. Él pocas veces llegaba a alzar la voz, y mucho menos ante una autoridad, pero era tan grande su indignación ante la agresividad contra ese indefenso animal, que toda la cólera subió y escapó.
Violette cesó su acción, mirando fijamente al niño─ ¿Cuándo me podré deshacer de ti?
─Apenas comience la universidad podré largarme de aquí, y podrás tener toda la comodidad del mundo gracias al dinero de mi papá ─dijo seco y seguro.
Ante aquellas palabras, la tensión en Violette desapareció. Desvió su mirada, posándola ahora sobre el ave, la cual seguía sobre el regazo de Luis─ Es bastante lindo ─sacó lentamente su teléfono celular y tomó una fotografía─. ¿Quieres que te la envíe?
El muchacho asintió. Sabía que jamás llegaría a tener una relación estable con Violette, pero al menos, sabía que podía pasar el resto de su adolescencia con tranquilidad─ ¿Sigues aquí? ─cuestionó curioso ante el ser que apaciblemente continuaba haciéndole compañía.