Mi niña
Morena, pelo largo, con el flequillo tapándole los ojillos grises que nadie solia ver.
Desde que pudo gatear, sin que nadie comprendiese bien porque, sentía una curiosidad infinita por los botones: un gran ciruclo con circulitos dentro, eran raros e interesantes.
Con el tiempo fue tomando el hábito de tomar prestados los botones de la gente que le rodea para ponerlos luego en su lugar, pero según decía ella más vivos, de colores alegres y chillones, cosiditos y todo, todos de nuevo en su lugar.
Podías amanecer un día, salir a toda velocidad con el tiempo justo para ir al trabajo y mientras te abrochabas la camisa observar, con sorpresa, como cada botón: uno verde trebol, otro azul cielo, otro marrón tierra, cada botón de un color diferente, un trozo de bosque en plena camisa, en pleno lunes, en plenos ultimos 5 minutos justo antes de salir al trabajo; todo lo cual te llevaba a salir así, de nuevo, lleno de colores.
Bueno, ellos ya la conocian, en el trabajo no se iban a sorprender, se sonreirian mientras él encogia los hombros y pensaba:
“Esperemos que con el tiempo no le de por incorporar lucecitas parpadeantes” y a toda velocidad, antes de salir de casa, la besaba mientras dormía.
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