EIDA

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EIDA

En un rincón del universo, nacieron 5 planetas: Asthma, Vidi, Tea, Eida, Horón. Cada uno estaba más alejado del anterior.

Eida dio sus pequeños pasos y fueron torpes, estaba desorientada, no veía bien. El cielo estaba repleto de estrellas que la cegaban hasta que se acostumbró. Aprendió a girar sobre sí misma viendo cómo lo hacían las otras. Al principio se mareaba pero luego le pilló el truco.

Creció y empezó a girar alrededor del Sol creando su propia órbita, alargada como un balón de rugby. Era el camino que iba a seguir siempre, único y propio. El Sol le lanzaba sus rayos, le sentaba bien el calor pero era curiosa y veía a sus compañeras girar más deprisa y otros más lento. Cada una era de un color diferente. Quería saber cómo eran sus hermanas así que salió de su órbita para acercarse. Maniobró lo mejor que supo y la alcanzó.

Horón iba lento, más lento que ella así que fue fácil ponerse en medio de su camino.

— Ho- hola. –dijo tímida Eida.

— ¿Qué miras?

 

Horón era azul, estaba cubierta de agujeros. Su cara no era lisa y estaba llena de huecos. Hacía frío.

— ¿Por qué tienes…?

— ¿Qué quieres?

— Me llamo Eida. ¿Por qué vas así?

— ¿Así cómo?

— Tan despacio. Es raro.

— Voy a mi ritmo.

— ¿Echamos una carrera?

— ¿Una carrera? –preguntó extrañada Horón.

— Si gano te puedo hacer una pregunta. Si pierdo, nada.

— Bien. ¿Preparada?

 

Las dos echaron una carrera en la órbita de la anciana, así que la jovencita tenía ventaja y acabó primera.

— ¿Qué te ha pasado?

— ¿Seguro que quieres saberlo?

— Te toca responder. He ganado.

— Nací como tú, pero al poco tiempo, unos meteoritos me bombardearon y me dejaron así.

— Lo siento.

— Ya me he acostumbrado. En mis huecos entran miradas de astronautas.

¿De qué?

De personas, de momentos  como esta carrera. Ha sido entretenido. Gracias.

— De nada.

— Deberías volver. Si estás mucho tiempo fuera de tu órbita, enfermas.

— No sabía….

— Date prisa y vuelve.

 

Eida se lanzó disparada hacia su casa, donde se quedó dando vueltas a su cabeza. Sabía que no debía salir pero aún así lo hizo de nuevo. Quería conocer el cielo. Empezó a sentirse mal pero llegó donde Tea. Ahí estaba, una mezcla de marrón y azul. Se mecía de atrás adelante, muy nerviosa.

— ¿Estás bien? – se acercó nuestra pequeña a su hermana.

— …

— ¿Echamos una carrera? – la intentó animar.

 

Eida empezó a girar alrededor de la órbita.

— ¿No te gusta?

 

Como Tea no contestaba, empezó a impulsarla desde atrás.

— ¡Vamos! ¡Vas genial! Ya queda menos. Vas primera.

 

Acabaron la carrera juntas. Fue muy especial.

— A…

— ¿Sí?

— A…MI…GA.

— Claro, somos amigas. Me lo he pasado muy bien. Volveré, ¿vale?

 

 

Eida se sentía triste, no quería molestarla más así que decidió vagar entre las estrellas y los cometas. Había visto muchos tipos de planetas. Unas no podían respirar por el poco oxígeno en su atmósfera, otras, giraban sin ver a donde llegaban.  Tenía preguntas, demasiadas.

Al final, fue a preguntar al Sol. Mientras se acercaba, notaba los rayos del sol, el calor la acariciaba.

— Hola, Eida. No deberías estar aquí.

— No entiendo algunas cosas.

— ¿El qué?

— ¿Por qué soy así?

— Echamos una carrera. Si ganas, te respondo.

— No vale hacer trampas.

 

Eida se sentía animada, todas las veces que ganó le dieron fuerzas para intentarlo.

— ¿Preparada?

 

Se esforzó todo lo que pudo pero la estrella ganó mientras veía sudar  a su competidora.

— No puede ser… ¿Otra?–se quejó
de rabia.

— Vuelve a casa.

— No es justo. – le dijo a regañadientes.

— ¿Por qué has perdido? – le preguntó de repente.

— No lo sé…

— Cada planeta es diferente, y lo que le rodea también. Forman un mundo que no es el tuyo. Sus pasos tienen otras medidas. No son siempre las mismas.

 

El Sol le dio un último consejo antes de que se apagara.

— Y no lo olvides:

Cada persona es un mundo que gira a su propio ritmo.




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