Encuentros

sa_1521656190Ojo negro

Encuentros

            Aún no sé cómo me dejé convencer. Imagino que porque no
tenía nada mejor que hacer en ese momento o porque siempre terminaba dejándome
arrastrar por el ímpetu de Ana.

-¡Vamos, será
divertido! me dijo mirándome a los ojos.

            Mi cara de incredulidad era lo que más le divertía.

-De acuerdo, le dije no
muy convencido, pero tú conduces.  

            Aparcamos el coche en un descampado medio embarrado.
Había estado lloviendo desde el día anterior y había pequeños charcos. Yo iba
quejándome por dentro pensando en qué hacía yo allí.

            Fuimos iluminándonos con la luz de nuestros móviles
recorriendo a trompicones un sendero rodeado de maleza y árboles desnutridos
que se movían al vaivén del viento. Al final del mismo vimos lo que parecía ser
un antiguo caserío que se mostraba ante nosotros medio en ruinas. Avanzamos por
un patio y dimos la vuelta hacia la fachada principal.

            Ana iba delante guiándome, no era la primera vez que
estaba allí. En la semi penumbra alternada por la luz tenue de la luna llegamos
hasta un arco a modo de entrada para después darnos de bruces con una verja
negra con una gran puerta.

            Oímos una voz que nos animaba a entrar. Empujamos ambos
con fuerza hasta hacer chirriar la pesada puerta y desde allí a la entrada
principal.

            Ya habían llegado todos, éramos los últimos.

            Pasamos a lo que antaño tuvo que ser un salón señorial y
elegante, el cual apenas tenía un ápice de aquellos lejanos años. Varios
muebles tapados con sábanas amarillentas en su mayoría; un cuadro de un hombre
apuesto de orgullosa porte nos miraba desde una de las paredes y para completar
un perchero con varios abrigos y gabardinas de los presentes. 

            Sobre sillas desparejadas y de diversa índole se sentaban
unas cinco personas, había dos asientos más para nosotros. En el centro del improvisado
grupo había, de pie, una mujer de avanzada edad, se apoyaba sobre una gruesa
rama que usaba a modo de improvisado bastón. Yo le echaba al menos los setenta
años.

Nos miró con cara
afable.

-Llegáis a tiempo,
musitó.

            Nos hizo sentar cerca de ella.

            Yo miré al grupo, haciendo un repaso a los miembros del
mismo. Todas mujeres, pensé para mis adentros, ya me ha vuelto a liar Ana con
sus locuras, sabe que estas cosas me incomodan: soy el único chico.

La voz de la anciana me
sacó de mis pensamientos.

-Ante todo, gracias por
venir. No es fácil organizarse y más aún en estos tiempos en los que todas
vamos corriendo de un lado para otro sin apenas tiempo para nosotras.         

Volví a quedarme
pensativo, con los ojos entornados, ¿todas?, ¿en serio? Me había “diluido” en
el grupo mayoritariamente femenino.

-Al menos bueno
podríamos decir todas y… ¿cuál es tu nombre? Creo que es la primera vez que
nos vemos.

            Ana me dio un codazo que me hizo dar un respingo en el
sillón desvencijado en el que estaba sentado.

– ¿Cómo te llamas?,
repitió.

– Raúl, respondí.

-Es un placer contar
con nuevas incorporaciones. Se acercó ceremoniosamente y me sonrió. 

-Os sugiero un
ejercicio muy sencillo, dijo. Puso en marcha un cd con música relajante.
-Cerrad los ojos y pensad en el lugar que más os gusta, que os relaja, del que
tenéis gratos recuerdos.

-Puede ser una playa
paradisíaca, un bello jardín, un oasis en el desierto…dejaos llevad.

            Sonaba el ritmo melodioso de un piano acompañado por sonidos
armoniosos de pájaros.   

            Me dejé llevar por la música y entré en un estado de profunda
relajación.

            Ante mí aparecieron imágenes inconexas que no lograba
entender hasta que en un momento dado me encontré en una habitación de lo que
podía ser un hospital o centro sanitario.

            Veía el trasiego de gente con batas blancas en los
pasillos hasta que algo me llamó la atención me dirigí hacia la ventana del
cuarto y a un lado de la misma, agachado, vi a un niño de corta edad. Me daba
la espalda.

            Me sentí animado a llamar su atención. Se giró antes de
que tocara su hombro y me miró con unos enormes ojos negros.

            Le miré asustado. Sentí que mi respiración se aceleraba y
mi corazón latía fuerte en el pecho.

            Quería gritar con todas mis fuerzas…

            En ese instante oí un ruido, un golpe recio sobre el
suelo. Volví a escucharlo por segunda vez y una tercera…y a lo lejos un eco que
repetía esos tres golpes.

            Cuando por fin abrí los ojos me encontré a todos los
miembros del grupo alrededor de mí.

            Ana tenía el rostro desencajado, sujetaba en su mano
derecha un botellín de agua que se empeñó en darme.

            Todos respiraron con tranquilidad mientras yo intentaba
saber qué me había pasado.

-No lográbamos
despertarte, me dijo Ana con voz entrecortada.  

            Poco a poco volvimos todos a la normalidad. Fuimos
recogiendo nuestras cosas, yo, por mi parte no pensaba volver a acompañarla a
nada parecido nunca más.

            De camino a casa Ana me dijo que Eloísa, la anciana, le
había dejado un mensaje para él, que le había pedido que me lo diera cuando
estuviéramos bien lejos de allí.

            El mensaje era el siguiente: “Tú también le has visto,
¿verdad?” 




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